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De la misma cantera

Ella vivía entre cerros, él frente al mar. Él un insomne lector y caminante nocturno, mientras ella caía rendida antes de las nueve para levantarse a las seis.

Ella un junco flexible bailando a merced del viento frío de julio, él un roble de raíces profundas y ramas altas. Ámbos tan diferentes y tan lejanos que nunca nadie imaginó que pudieran ni siquiera verse.

Pero se vieron. Más que eso, se miraron.

Se miraron detrás de las máscaras, detrás de los vendajes y corazas. Se miraron más allá de los ojos y de las sonrisas. Se leyeron como se lee un libro, se escucharon como se escucha un grito. Imposible no hacerlo. Se aferraron tantas veces a las distancias y a las diferencias que parecían condenados al olvido.

Intentaron no verse. Intentaron arrancarse el uno al otro. Tantas diferencias podían ser terribles después, un nuevo intento, un nuevo fracaso en sus vidas. Ya basta ¿no? Es mejor así. Lejos. Olvidémonos. Mejor. Somos tan diferentes... ¿qué hacemos juntos? No puede ser.

Y así nunca nos tocamos, sólo con ojos adivinos

Ella se fue, la distancia haría lo suyo. Un viaje a Máncora, a relajarse, a olvidar. A convencerse que el mundo puede convertirse en un paraíso aún sin él.

Él siguió trabajando, mantenerse ocupado hace olvidar. Pero las tardes de fines de semana eran frías y brumosas. El faro, el malecón, la playa gris en julio... caminar en la orilla, recoger piedras.

Cientos de kilómetros, separados. La distancia haría lo suyo. El destino también.

Ella jugaba, entre la soledad y el olvido, recogiendo tesoros en la arena blanca del norte. Él lanzaba piedras al mar desde los negros muelles de la Costa Verde.

Hasta que ella la encontró. Una piedra con un agujero dentro, plana, extrañamente plana y con una pincelada café cruzándola en medio. Tal como sentía su alma en ese viaje. Cuando llegó a Lima quiso entregársela a él. Sólo para decirle lo que significó este viaje.

Llegó al faro, como convinieron, para encontrarse. Él la abrazó, ella también. Ella sacó un paquetito y se lo entregó: era la piedra plana. Él la miró sorprendido, ella le explicó: "la recogí de la playa, para ti".

Él sacó del bolsillo de su casaca otro pequeño paquete y, en silencio, se lo entregó: "la recogí de la playa, también para ti."

Ella lo abrió en silencio. Ámbos se volvieron de piedra. Mudos aún juntaron las piedras. Tan diferentes, tan lejanas. Una de Máncora, la otra de la Costa Verde. Una grande y gruesa, la otra plana y delgada.

Encajaron perfecto. El corazón de él, se erguía sobre el alma de ella. La piedra plana sostenía a la gruesa y ámbas eran cruzadas por la misma pincelada color café, como si alguna vez hubieran sido una misma piedra. Como salidas de la misma cantera.

Ellos entendieron el mensaje y se besaron.

De eso ya hace unos cuantos años. Ahora, cuando sentimos que las distancias y las diferencias nos agobian, las vemos sobre la mesa de la sala, nos abrazamos como las piedras y nos volvemos a besar.

5 comentarios

Rose dijo...

Es verdadera? Es el DESTINO..asi se llama, no? Que linda historia. Esas cosas son las que te hacen pensar que hay alguien o "algo" mas alla de lo natural...No todos tienen la suerte de encontrar a su media naranja..o en este caso "media piedra".
Besos

Man Ray dijo...

Recontra cierta. Ahí están las piedras.

Anónimo dijo...

Omigato!!!!
el destino es tan absurdo como logico a la vez
estas cosas me ponen pensativa
y es que cada cosa tiene un sentido y un porque!!
lloro!!!
pero me encanta!!! me encanta!!!!

besos !!!!

Anónimo dijo...

bueno ... que bonitas piedras sera motivo para tirarte una ... las piedras entienden los mensajes para darc un beso... medio raro... pero muy buena idea... masticala tu y d alli me dics:P

besos
atte:
marialimalimonera
http://gatamariposa.invazores.org

Cyan dijo...

Conmovedor.
Y para la próxima reunión anda más temprano, pues!
PD: Cuando tomaba fotos en la reja mínimo me pasabas la voz :P

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