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El pacto fáustico: FaceApp

"El que no ama la luz." "El encubridor de mentiras". Ambas frases refieren al significado etimológico de Mefistófeles. Las dos remiten al embauque, al engaño y la confusión premeditada. 

Lejos de lo que se pueda creer, este personaje no tiene origen bíblico; nace en la literatura y luego discurre por la música, el cine y el arte en general.


Sin embargo, algunos beatos desprevenidos lo confunden con el mismísimo Lucifer, cuando en realidad es un agente enviado por él para proponer a la víctima una oferta que no podrá rechazar. Un trato consensuado, un diabólico "win-win" sin el fuego ni los efectos especiales que nos ha vendido Hollywood y el clero. Es decir, un contrato en toda regla.

Rejuvenecer: después de años dedicados a la ciencia, el doctor Fausto (en la mayoría de sus versiones -Spies, Marlowe, Goethe y todas las adaptaciones que siguieron), siente que ha desperdiciado su juventud . Que no ha vivido. Es entonces que llega nuestro personaje, contrato en mano, a ofrecerle recuperar lo que el tiempo le ha quitado manteniendo la experiencia y conocimiento que dan los años. ¿Qué podría salir mal?

¿Cuántos Faustos, con sus pulgares sobre el icono de la silueta sin rostro, están a punto de sellar un pacto? ¿Cuántos ya han descargado el famosísimo FaceApp? ¿Es realmente tan peligroso como dicen? 

De hecho la aplicación rusa, como Mefistófeles, no ha ocultado la "letra chiquita": sus cuestionables cláusulas de privacidad están ahí, en las condiciones de servicio. 
¿Alguien las ha leído completas a pesar de las alertas, que no son pocas, antes de caer ante la tentación de verse más joven? ¿Revisaron lo que firmaban antes de dar ese salto en el tiempo para conocer al viejo bacán que seremos o cambiar de género con solo apretar un botón?

Durante los últimos días, la App vuelve a ser tendencia no solo por lo espectacular de sus resultados (en 2017 contaba con 100 millones de usuarios en Android y 50 millones en iOS) y las innumerables advertencias sobre la privacidad de datos, sino también por su mejorada inteligencia artificial, cada vez más avanzada, capaz de "aprender", alimentando sus parámetros con cada uno de los rostros subidos. 

La red neuronal analiza millones de rostros y datos en todo el mundo y logra construir patrones de reconocimiento. De esta manera el logaritmo construye un "prototipo" según edad y género, siendo capaz de modelar una proyección en segundos. 

Las proyecciones, en algunas ocasiones, son sorprendentes. El algoritmo ha avanzado mucho desde que nos vimos inundados de viejitos en las fotos de perfil. 


Sin embargo tiene ciertos límites y, como todo lo que se basa en percepción, no es infalible. Por ejemplo, no es lo mismo utilizar una foto  iluminada, que otra con sombras que induzcan una interpretación errada. El algoritmo, para "envejecer" los rostros, parece detectar las más leves líneas y sombras, interpretándolas como arrugas y formas flácidas (entre otros cientos de lecturas).

Inspirado en las fotos de Kent Salas, hice algunas pruebas para encontrar algunos de los parámetros que usa el algoritmo para resaltar o transformar las características de género.

La primera secuencia: la f
oto original fue "masculinizadauna y otra vez, hasta que la app no permitió ya ningún cambio observable (daba un resultado similar). 


Se observa que la aplicación recortó el pelo cada vez más hasta, en algún momento, desaparecerlo. El entrecejo y la mandíbula se van abultando dando ese aspecto tosco y arcaico (¿será mi versión neandertal?). Parece que el algoritmo, para masculinizar, da mayor prominencia al mentón, marca la frente, genera barba más tupida y disminuye el pelo. El resultado es intimidante.


En la secuencia completa, vemos que casi no hubo mayor cambio (luego del sexto recuadro, la primera línea) y luego de dos o tres muy similares, probé cambiar el género.


Para femenizar la imagen, la aplicación incorporó un largo pelo rojizo, sombras en los ojos y cejas estilizadas. Con cada femenización los ángulos del rostro se van afilando y los labios enrojeciendo, como si llevara maquillaje: aparentemente ha ido construyendo como parámetro (posiblemente a través de las fotos que recibe) que una de las características femeninas es tener la boca pintada. La nariz se afina, el mentón igual. 

Seguimos aplicando el proceso de femenización hasta que el único resultado visible es el cambio de color del pelo: se va aclarando al rosado y, nuevamente, volvimos a hacer el cambio de género a masculino. El resultado fue terrorífico:


Obviamente, luego de eso, la aplicación no reconoció el engendro para seguir haciéndole cambios. Observo ese ser, que soy yo, pero no soy. ¿Qué se le ha extraído y qué agregado? más allá del enigma filosófico (que lo tuve, disculpen mi densidad), veo que viste un saco lavanda, de una textura extraña. En la foto original llevaba polo negro, así que este dene ser la interpretación del pelo que hay ido mutando a ropa, respetando la textura. Interesante.



En la siguiente prueba la secuencia que hice fue de cambio de género intercalado: a cada resultado se le aplicaba el cambio al género opuesto. Este obtuvo más resultados hasta el momento en que nuevamente se comenzó a replicar el rostro sin mayores cambios. En la imagen he abreviado muchas secuencias casi idénticas en las últimas fotos.


El resultado es igual de terrorífico, sin embargo no es la imagen monstruosamente degradada lo inquietante. Es la aplicación en sí. Cómo nos nos mira en silencio, analiza e interpreta, de manera cada vez más acertada. 

¿En qué momento será capaz de mirar más allá de lo que nosotros somos capaces de ver? ¿Cuándo esos detalles que se nos han ido escapando irán apareciendo en ese cerebro de fórmulas y figuras? ¿Por qué nos seduce este nuevo Mefistófeles que nos encadena, con su juego de espejos, a ese contrato en el que cedemos nuestra imagen y datos por toda la eternidad? 




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