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Venezuela


Un paĂ­s que me genera sentimientos encontrados. DifĂ­cil de recordar y mĂ¡s aĂºn de olvidar, siempre en conflicto conmigo. PodrĂ­a quererlo por los recuerdos y comentar con dulzura sobre sus calles arboladas y sus casas en pendiente. Pero el final es doloroso y bastante triste como para que el idilio se sostenga.

Yo nacĂ­ en Venezuela, cuando tenĂ­a cinco años. NacĂ­ y no llorĂ© como todos, llorĂ© despuĂ©s. Era muy temprano en la mañana cuando comenzĂ³ mi nueva vida, esperaron que abriera los ojos para decirme que se habĂ­a ido. Hipotecamos nuestra felicidad, para vivirla en el futuro, y el destino nos cobrĂ³ a la primera cuota, dejĂ¡ndonos en la calle. Tanto tiempo de viaje, sin verlo, para que al llegar nosotros se muera.

De pronto las calles en pendiente fueron difĂ­ciles de subir con la bici Caloi que me acababa de regalar y las alamedas se transformaron en bosques asfixiantes. Luego el colegio: la voz cantada, que me causaba tanta gracia, se convirtiĂ³ en un idioma nuevo, complicado, difĂ­cil de entender.

Quise ver ese paĂ­s de lejitos, como al antiguo amigo que no quieres saludar. Esos que evitas porque tienen mucha historia contigo. Pero es inevitable encontrarlo hoy y pensar que nosotros estuvimos ahĂ­ porque era la promesa latinoamericana: aquĂ­ habĂ­a una dictadura y allĂ¡ soplaban tiempos modernos. Todos intuĂ­an un futuro cargadito de promesas. Los sueños salĂ­an a borbotones, como el petrĂ³leo que manaba de su vientre. CĂ³mo son las cosas: 35 años despuĂ©s aquĂ­ se habla de bonanza, allĂ¡ hay una dictadura y lo que comienza a brotar de su seno es sangre.

Nuestro continente no deja de ser una paradoja, un dejĂ  vu, la repeticiĂ³n de nosotros mismos. Hoy la libertad, mañana una decena de años en opresiĂ³n. Hoy la esperanza, el crecimiento; mañana el luto, la desolaciĂ³n. No es necesario ser un gran economista o sociĂ³logo para darse cuenta de que todo es cĂ­clico.

La fila de gobernantes venezolanos, desde hoy hasta donde tengo memoria, estĂ¡ compuesta de tipos crueles y torpes pero, sobre todo, corruptos ¿acaso no lo han sido tambiĂ©n los nuestros? Toda esa bonanza, que sale en los artĂ­culos sobre el crecimiento econĂ³mico peruano, con fotito de papĂ¡, mamĂ¡ e hijos incluida; esa hada constructora de carreteras, edificios, carros nuevos ¿no es la misma que revoloteĂ³ la llanura cuando mi papĂ¡ decidiĂ³ esquivar la ola de crisis que se veĂ­a venir a PerĂº y vivir la promesa venezolana?

La injusticia en Venezuela, el caos, el dolor de las familias. La impotencia ante los abusos de la dictadura, la torpeza y brutalidad de su presidente sumados a una larga historia de desigualdad, falsas esperanzas y engaños, abren hoy una herida que va a tomar tiempo cerrar. Pero tambiĂ©n es una advertencia a aquellos que se llenan la boca hablando del milagro peruano. El crecimiento con desigualdad, con corrupciĂ³n y abuso no son otra cosa que hipotecar el futuro al diablo.

Cuando la curva caiga, cuando nos toque, porque nos va a tocar en algĂºn momento, ¿para dĂ³nde vamos a mirar? ¿Tendremos, ya cincuentones, esa sensaciĂ³n de dejĂ  vu, de haber vivido eso en alguna pesadilla?

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