Una palabra
Matrimonio. Qué palabra.
Tan complicada, usada, prometida, desdeñada, olvidada, recordada, complicada. Simple y contradictoria, inicio y final, hermosa y dura.
Es una palabra, nada mĂ¡s. Y ademĂ¡s de la difĂcil decisiĂ³n personal, cuando ya uno mismo es un ser contradictorio, lleno de dudas y facetas, se sustenta en mĂ¡s allĂ¡ de uno mismo: amor (de uno y del otro), cariño (para dos), pasiĂ³n (recĂproca), madurez (entre dos), metas (comunes), sueños (a la medida de dos), deseos (relevantes para mĂ¡s de uno), hijos (propios y ajenos)...
Matrimonio.
Una palabra que hace unos dĂas sentĂ que la habĂa dicho en serio y asumiendo lo que se venĂa: lo difĂcil. Asumiendo mi inmadurez, mi malgenio, mi sensaciĂ³n de irrelevancia en el mundo, mi vida-drama.
Y no funcionĂ³. Por mĂ, no tanto por ella sino por la historia que no es mĂ¡s que lo que yo escribĂ para mi vida. Y durĂ³ lo que duraron las pompas de jabĂ³n. Casi no las ves cuando revientan.
Con ellas se fueron muchos sueños, muchos proyectos, muchas cosas que emprendimos juntos y que ahora estĂ¡n ahĂ como testigos de un gran fuego. Uno se encariña con ellos, pero ya no son. SĂ³lo estĂ¡n ahĂ.
Me gustarĂa decirle que se lo dije con todo mi amor, sabiendo que serĂa difĂcil, que no me encanta tener que asumir que somos extraños, sin recordar lo bueno que pasamos, lo mucho que vivimos.
No sĂ©. Imagino que a veces ella lee esto. A veces me temo que no. SĂ³lo porque "nunca hablo de ella". Alguna vez comentĂ³ por aquĂ, pero ya no creo que pase nunca mĂ¡s.
Porque somos extraños.
Y ser un extraño es un "otro ser" que no se era.