Fin de clases.
Elisa plancha en su habitaciĂ³n. Sabe que, en unas horas, la blusa de tela inmaculada estarĂ¡ manchada y hecha girones. DespuĂ©s peina su largo y brillante cabello imaginando el regreso a casa totalmente despeinada y emocionada. Carga su bolso y sale.
Como siempre el "profe" la espera en la panaderĂa de la esquina. Se acerca al auto y mira que nadie la vea. Abre la puerta y se acomoda mientras Ă©l mira el jugueteo de las rodillas debajo de la breve falda. Ella lo nota y sonrĂe. No le gusta. Pero le cae bien, lo admira. Nada mĂ¡s. Rompe la mirada con un beso veloz. Él enciende el auto y se acomoda los lentes, sonrĂe nuevamente y pregunta:
- CuĂ©ntame ¿cĂ³mo estĂ¡s?
- Bien...
Él suspira mientras avanza por la calle hĂºmeda y frĂa. Le pone la mano sobre la rodilla:
- El Ăºltimo dĂa... ¿estĂ¡s triste?
- Si, te voy a extrañar, profe. Mucho
Lo mira con dulzura y sus ojos hablan de la misma tristeza. Él le dice que tambiĂ©n estĂ¡ triste.
Ella estĂ¡ feliz, no cabe en su cuerpo de felicidad y emociĂ³n. Es el Ăºltimo dĂa de clases y nunca mĂ¡s tendrĂ¡ que levantarse a las seis y media, ni preparar tareas interminables, ni aguantar veinte horas semanales de escuchar teorĂas mientras todos se dan cuenta que Ă©l la mira como si fuera un pavo en Navidad.
- Si podrĂas ser su hija ¡Por Dios!" - Le habĂa dicho RaĂºl al enterarse que habĂan salido a tomar un cafĂ© un sĂ¡bado por la tarde. - Es obvio lo que quiere ¿no?
- Es un tipo inteligente e interesante.
- ¿Interesante? Te dobla la edad. Es tu profesor y tĂº una niña que busca la figura de un padre nada mĂ¡s.
- Bueno pues, todas lo hacemos de alguna manera ¿no?
- Pero de ahà a meterte con el viejo ese... qué asco.
No le importĂ³. En el fondo a Elisa nunca le importĂ³ nada. Su vida sentimental se resumĂa a un suceso consecutivo de personajes que habĂan querido entrar en su vida. FĂ¡cil: ella los dejĂ³ entrar. Nunca se habĂa enamorado y no tenĂa la esperanza de hacerlo. Por eso hasta ahora habĂa sido simple volver a abrir las puertas y dejar que los que entraban salieran. Fue fĂ¡cil que el profe entrara en su vida sin que ella supiera muy bien en quĂ© se estaba metiendo.
Es temprano y las calles adquieren la pesadez de las mañanas. Mira de reojo al hombrecito que maneja agestado. Mira los labios que le dijeron palabras que habĂa oĂdo sonriente, las manos que habĂan escrito lĂnea tras lĂnea consiguiendo abrumarla y alimentarle el ego. Le mira la camisa, el pelo, los ojos.
- DĂ©jame aquĂ.
- Pero todavĂa falta para llegar al colegio y... todavĂa tenemos tiempo mi loquita preciosa.
- Para, me bajo aquĂ.
- Pero...
El auto se detuvo y ella le sonrĂe con dulzura.
- Gracias.
AhĂ van los dos Ăºltimos años de clase. Les abre la puerta con agradecimiento y dulzura. Baja y desde el auto una voz dice algo que no se puede oir por el ruido de la calle. Camina por el jardĂn central de la avenida principal, la mañana se empieza a llenar de trĂ¡fico y de bocinas ruidosas. Camina entre los autos, entre las personas, contra la corriente. Llega a casa y abre la puerta.
- Hija, ¿no has ido a clase?
Su madre la sorprende entrando a la cocina. Viste el sastre celeste de toda la vida. CuĂ¡ntas veces hubiera querido saber un poco mĂ¡s de ella, cuĂ¡ntas veces se puso ese sastre a escondidas y taconeĂ³ por la habitaciĂ³n. SĂ³lo para sentirse un poco como ella, sĂ³lo para conocerla mĂ¡s, para acercarla.
- ¿Y tĂº? No fuiste a la oficina.
- SĂ. Si fui, pero regresĂ©.
- ¿Por?
- No sé, creo que flojera...
- ¿Viniste por que sĂ? QuĂ© raro... Pero si nunca faltas.
- ¿Acaso no hay clases?
- SĂ, pero tenĂa algo que hacer. AdemĂ¡s el colegio ya acabĂ³.
- ¿QuĂ© tenĂas que hacer?
- No sé. Algo.
- Yo tambiĂ©n ¿vamos a tomar desayuno a la calle?
Sube corriendo a su habitaciĂ³n a ponerse unos jeans y un polo, se mira al espejo y sonrĂe. Se ve mĂ¡s bonita, un poco despeinada y emocionada, pero igual mĂ¡s bonita. Para quĂ© maquillarse. Le da una mirada al uniforme sobre la cama y se acerca. Coge la blusa de tela blanquĂsima y, con la tijera, la hace dos cortes para hacerla girones.
Ya estĂ¡ despeinada, emocionada y feliz. Carga su bolso y sale.
Como siempre el "profe" la espera en la panaderĂa de la esquina. Se acerca al auto y mira que nadie la vea. Abre la puerta y se acomoda mientras Ă©l mira el jugueteo de las rodillas debajo de la breve falda. Ella lo nota y sonrĂe. No le gusta. Pero le cae bien, lo admira. Nada mĂ¡s. Rompe la mirada con un beso veloz. Él enciende el auto y se acomoda los lentes, sonrĂe nuevamente y pregunta:
- CuĂ©ntame ¿cĂ³mo estĂ¡s?
- Bien...
Él suspira mientras avanza por la calle hĂºmeda y frĂa. Le pone la mano sobre la rodilla:
- El Ăºltimo dĂa... ¿estĂ¡s triste?
- Si, te voy a extrañar, profe. Mucho
Lo mira con dulzura y sus ojos hablan de la misma tristeza. Él le dice que tambiĂ©n estĂ¡ triste.
Ella estĂ¡ feliz, no cabe en su cuerpo de felicidad y emociĂ³n. Es el Ăºltimo dĂa de clases y nunca mĂ¡s tendrĂ¡ que levantarse a las seis y media, ni preparar tareas interminables, ni aguantar veinte horas semanales de escuchar teorĂas mientras todos se dan cuenta que Ă©l la mira como si fuera un pavo en Navidad.
- Si podrĂas ser su hija ¡Por Dios!" - Le habĂa dicho RaĂºl al enterarse que habĂan salido a tomar un cafĂ© un sĂ¡bado por la tarde. - Es obvio lo que quiere ¿no?
- Es un tipo inteligente e interesante.
- ¿Interesante? Te dobla la edad. Es tu profesor y tĂº una niña que busca la figura de un padre nada mĂ¡s.
- Bueno pues, todas lo hacemos de alguna manera ¿no?
- Pero de ahà a meterte con el viejo ese... qué asco.
No le importĂ³. En el fondo a Elisa nunca le importĂ³ nada. Su vida sentimental se resumĂa a un suceso consecutivo de personajes que habĂan querido entrar en su vida. FĂ¡cil: ella los dejĂ³ entrar. Nunca se habĂa enamorado y no tenĂa la esperanza de hacerlo. Por eso hasta ahora habĂa sido simple volver a abrir las puertas y dejar que los que entraban salieran. Fue fĂ¡cil que el profe entrara en su vida sin que ella supiera muy bien en quĂ© se estaba metiendo.
Es temprano y las calles adquieren la pesadez de las mañanas. Mira de reojo al hombrecito que maneja agestado. Mira los labios que le dijeron palabras que habĂa oĂdo sonriente, las manos que habĂan escrito lĂnea tras lĂnea consiguiendo abrumarla y alimentarle el ego. Le mira la camisa, el pelo, los ojos.
- DĂ©jame aquĂ.
- Pero todavĂa falta para llegar al colegio y... todavĂa tenemos tiempo mi loquita preciosa.
- Para, me bajo aquĂ.
- Pero...
El auto se detuvo y ella le sonrĂe con dulzura.
- Gracias.
AhĂ van los dos Ăºltimos años de clase. Les abre la puerta con agradecimiento y dulzura. Baja y desde el auto una voz dice algo que no se puede oir por el ruido de la calle. Camina por el jardĂn central de la avenida principal, la mañana se empieza a llenar de trĂ¡fico y de bocinas ruidosas. Camina entre los autos, entre las personas, contra la corriente. Llega a casa y abre la puerta.
- Hija, ¿no has ido a clase?
Su madre la sorprende entrando a la cocina. Viste el sastre celeste de toda la vida. CuĂ¡ntas veces hubiera querido saber un poco mĂ¡s de ella, cuĂ¡ntas veces se puso ese sastre a escondidas y taconeĂ³ por la habitaciĂ³n. SĂ³lo para sentirse un poco como ella, sĂ³lo para conocerla mĂ¡s, para acercarla.
- ¿Y tĂº? No fuiste a la oficina.
- SĂ. Si fui, pero regresĂ©.
- ¿Por?
- No sé, creo que flojera...
- ¿Viniste por que sĂ? QuĂ© raro... Pero si nunca faltas.
- ¿Acaso no hay clases?
- SĂ, pero tenĂa algo que hacer. AdemĂ¡s el colegio ya acabĂ³.
- ¿QuĂ© tenĂas que hacer?
- No sé. Algo.
- Yo tambiĂ©n ¿vamos a tomar desayuno a la calle?
Sube corriendo a su habitaciĂ³n a ponerse unos jeans y un polo, se mira al espejo y sonrĂe. Se ve mĂ¡s bonita, un poco despeinada y emocionada, pero igual mĂ¡s bonita. Para quĂ© maquillarse. Le da una mirada al uniforme sobre la cama y se acerca. Coge la blusa de tela blanquĂsima y, con la tijera, la hace dos cortes para hacerla girones.
Ya estĂ¡ despeinada, emocionada y feliz. Carga su bolso y sale.
1 comentario
Escribes sobre nenas y mujeres en laberintos... :)
AquĂ, la chica cortĂ³ su blusa y su inocencia.
Salutes.
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