Marcha por la muerte
Año 2002. Mafe tenĂa como seis meses en la barriga de su mamĂ¡ y una fiebre alta nos llevĂ³ a pasar la noche en el Hogar de la madre. Cada cierto tiempo, de madrugada, me escabullĂa a tomar un cafĂ© de la mĂ¡quina y a sapear lo que pasaba en la sala de emergencias de un hospital especializado en partos, o sea muy poco.
Los años han ido velando el recuerdo de esa noche, pero el extraordinario artĂculo de Jimena Ledgard sacĂ³ de mi mente algunas imĂ¡genes y frases de esa madrugada: recuerdo a una pareja de jovencitos, no tendrĂan mĂ¡s de 15: ella en bata y quejĂ¡ndose de un dolor horrible, Ă©l casi tan pĂ¡lido como ella. ParecĂan un par de vampiros con los labios pĂ¡lidos y las ojeras largas, sentados en la sala de espera. Las enfermeras pasaban delante de ellos, en lo suyo, con otras cosas que hacer mĂ¡s importantes que asistir a ese par que a simple vista la estaba pasando muy mal.
Los vi la primera vez que salĂ, ella tenĂa la mano en el vientre y se quejaba de dolor. Conforme pasaban las horas, y a cada salida mĂa, la joven estaba mĂ¡s pĂ¡lida, era obvio que se estaba desangrando. No pude mĂ¡s y me acerquĂ© a la estaciĂ³n de enfermeras a preguntar por quĂ© no atendĂan a esa criatura que estaba claramente a punto del desmayo. La respuesta de la enfermera me dejĂ³ helado: "Nosotros no podemos ni siquiera tocarla, ella ha venido con un sangrado y si le pasa algo despuĂ©s es nuestra culpa". Mis intentos de encontrarle lĂ³gica al asunto con la enfermera fueron vanos. Hasta que lo asumĂ como una pĂ©rdida de tiempo.
Me acerquĂ© a la pareja, los dos asustados, ella pĂ¡lida y con las ojeras mĂ¡s marcadas, la misma enfermera pasĂ³ por nuestro lado y les soltĂ³: "¡QuĂ© habrĂ¡n hecho pues! ¡De dĂ³nde habrĂ¡n venido!" Los chicos la miraron con vergĂ¼enza y culpa. Yo, bastante inocente, intentĂ© hablar con la jefa de las enfermeras. Me explicĂ³ lo mismo, con un poco mĂ¡s de paciencia y floro. Y yo: "¡Pero se puede morir ahorita mismo y es casi una niña!" Me explicĂ³ que esos casos los recibĂan a diario, que ellos no podĂan hacer nada porque era muy probable, por mĂ¡s que ahora lo negaran, que viniera de hacerse un aborto clandestino y que luego era muy complicado comprobar que no lo habĂan hecho ahĂ, con algĂºn personal del hospital. Que generalmente eran menores de edad, que luego tendrĂan que cargar con una problema judicial y con los padres que se les vendrĂan encima. A mi insistencia prometiĂ³ que intentarĂa comunicarse con algĂºn familiar.
Antes de subir les di una Ăºltima mirada: a oscuras, en medio de la atmĂ³sfera frĂa que tienen las salas de emergencia a las cuatro de la mañana. Solos, absolutamente solos: sin sus padres, sin el Estado, sin un santo que los proteja, nadie.
Seguro pensĂ© en mi hija, o tal vez ese recuerdo lo estĂ© sembrando once años despuĂ©s ahora que escribo esto. Yo no quiero eso para ella, si ella no se siente preparada o cĂ³moda para decirme que estĂ¡ pasando por un aprieto o por una situaciĂ³n complicada, lo Ăºltimo que deseo imaginar es una llamada al dĂa siguiente con alguien confirmando mi nombre y preguntĂ¡ndome quĂ© soy de mi hija. Ese trance horrible que uno darĂa todo por no vivir jamĂ¡s.
Recomiendo leer el artĂculo de Jimena aquĂ: http://espacio360.pe/noticia/actualidad/pancartasdemarchaporlavida-fd71#.Uyu7h16-m5X
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