"Papá, tú no sabes“
Siempre han existido brechas generacionales, muchos de nuestros padres aún no entienden lo que hacemos. Nos criaron con miedo: miedo a que no tengamos una carrera o que no logremos encontrar trabajo. Y el trabajo tenía que durar. Durar mucho, casi toda tu vida: "hacer carrera". Hoy permanecer más de 4 años en la misma empresa, haciendo lo mismo, es preocupante. Sin embargo ellos tuvieron un desfase más estrecho con la generación anterior. Había cosas que una persona decente no debía hacer o trabajos que no eran bien vistos. Alguien que saliera en televisión, cuando nuestros padres eran chicos, era una "persona pública". Algo que no querías en la familia. Hoy muchos jóvenes son "personas públicas", publican su vida, sus ideas, sus sueños. Se hacen bromas que son repetidas millones de veces en lugares distantes e inverosímiles. Han sido expuestos tantas veces a la publicidad y a los formatos televisivos que los manejan casi naturalmente, mientras muchos comunicadores de mi generación pasaron semestres para alcanzar recién la base de lo que en dos patadas y con una App hoy cualquier escolar logra. Nuestra generación se perdió el almuerzo delivery y el taxi inmediato, tuvo que sobreponerse a la timidez para conseguir pareja sin Twitter, Facebook o Tinder, aspirar a usar terno e ir a una oficina, comprar la casa para sentirse seguro, casarse y tener hijos para ser lo que siempre nos dijeron que era el mundo, la familia, uno mismo.
Hoy, con ese conocimiento de hace décadas, intentamos decirle a nuestros hijos qué es lo que deben y no deben hacer. Les dibujamos rutas y ciudades que en unos 5 o 10 años no existirán más, les construimos fronteras que se romperán en poco tiempo y las usarán como punto de referencia del largo viaje que emprendió su generación. Tal vez será la marca que les recuerde a ese alguien que los quiso y les deseó buen viaje sin puta idea de cómo sería el mundo al que tuvieron que partir, de lo que era bueno en él, de cómo vivir en él. A veces pienso en qué necesidad hay de preocuparlos con una lista de carreras y trabajos que en un lustro desaparecerán o en recomendarles formalidades que serán más obsoletas que una máquina de escribir, de presionarlos para que memoricen cuarenta cosas que nunca usarán y que encuentran con dos movimientos de pulgar.
Lo peor de todo es que no tenemos qué más darles. Aún no existe lo que necesitarán, los preparamos para escenarios imposibles para nosotros. Van a un mundo al que no pertenecemos y al que tenemos negado llegar. Se acelera esa partida hacia un mundo ajeno, nos despedimos con cada avance, sin poderles entregar lo que realmente necesitarán para poder sobrevivir. Ellos lo saben. Eso no es nuevo, te imaginas a ti mismo diciéndolo alguna vez: "papá, tú no sabes". Es que no sabes. No tienes cómo saber.
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