Manotas
TodavĂa no entiendo cĂ³mo pude trabajar tantos años como cajero de banco. Y fueron mĂ¡s de seis. Imagino la corbata y ya me pica el cuello. Hace años no uso una. Sin embargo en esa agencia Ă©ramos mucha corbata y nada de formalidad. No habĂa cliente que entrara sin recibir una chapa, al menos Ă©ramos creativos.
Nos pasĂ¡bamos la voz cuando entraba alguno de los esporĂ¡dicos, esos que no regresaban mĂ¡s o venĂan irregularmente, susurrĂ¡bamos detrĂ¡s de las ventanillas alguna caracterĂstica que llamase la atenciĂ³n y aguantĂ¡bamos la risa debajo de la sonrisa. Cuando alguno de estos personajes frecuentaba la agencia mĂ¡s de una vez se convertĂa en "caserito" y a la tercera o cuarta visita ya tenĂa clavada una chapa que anunciĂ¡bamos apenas cruzaba la puerta de entrada: "ahĂ viene el tĂo del Monopolio", "ahĂ estĂ¡ cabeza de otro cuerpo" y mil y un adjetivos para pasar pronto el soporĂfero y riesgoso trabajo de contar plata ajena.
TĂº tambiĂ©n fuiste uno de esos clientes frecuentes y punto de nuestras risas burlonas. En otra situaciĂ³n, por respeto a tu discapacidad, ni siquiera habrĂamos osado ponerte un mote. Pero tenĂas tal personalidad y capacidad Ăºnica de burlarte con (y de) nosotros que te ganaste tu chaplĂn: "El Cortadito".
Eran los Ăºltimos dĂas del siglo y ya te habĂas vuelto nuestro pata. Cada fin de mes venĂas a cobrar un cheque girado por alguna agencia de turismo. - "Broder, los billetes pĂ³nlos en mi billetera y las moneditas en mi bolsillo, pa la combi". Y, con destreza sorprendente, nos entregabas la billetera con los dientes. Endosabas el cheque y rubricabas de la misma manera.
Te decĂamos "El Cortadito" porque no tenĂas brazos. Tus hombros apenas eran una pequeña curva que diferenciaba la silueta del cuello con del resto de tu cuerpo.
- Causa ¿puedes hacerle un doblez a ese dĂ³lar?
- Claro, pero...
- Ya, hĂ¡zle otro doblez.
- Ya ¿ahora?
- Otro.
- Ok, pero para qué?
- Para que lo pongas en mi bolsillo derecho, es mi dĂ³lar de la suerte.
Y nos reĂamos. TodavĂa recuerdo cuando PichĂ³n te preguntĂ³ con curiosidad en quĂ© trabajabas y por quĂ© siempre traĂas cheques de agencias de turismo.
- Soy guĂa. GuĂa de turismo.
- ¿En serio?
- Claro.
SonreĂste con mirada cachacienta y todos comenzamos la conocida ronda de meter chacota:
- Seguro eres guĂa de turismo de aventura...
- ¡De canotaje!
Risa general.
Pasaron mĂ¡s de diez años. El recuerdo del banco y de todos sus personajes se fue diluyendo. Mafe entrĂ³ al colegio, recuerdo mucho el primer dĂa de clases. Por eso recuerdo cuando te volvĂ a ver. Tus hijas estaban en el colegio y la mayor jugaba voley con la mĂa.
AĂºn recuerdo: cuando te vi no supe cĂ³mo saludarte. Luego nos enseñaste que podĂas "dar la mano" e incluso "abrazar" con tus hombros.
Han pasado tres años de colegio y voley, por eso sĂ© que han sido muchos dĂas los que nos sentamos juntos en la banca del patio. VeĂamos juntos cĂ³mo entrenaban. Las seguĂamos a los partidos cuando jugaban algĂºn campeonato fuera. Pero lo mĂ¡s valioso de esas tardes fueron las palabras, tus palabras. Porque conversamos mucho.
AhĂ me enterĂ© que te llamabas Marcelo y que te decĂan "El Manotas", chapa que te pusieron los de la barra de Alianza, equipo al que seguĂas con una devociĂ³n que aĂºn no comprendo, lo mismo que me sucede con tu amor al Señor de los Milagros.
Pudiste contarme tu historia: graduado como guĂa oficial de turismo en CENFOTUR. Trabajabas en Pachacamac. Terminaste la carrera de AdministraciĂ³n Hotelera y que tuviste que volver a empezar la carrera para guĂa porque "nadie me habĂa dicho que en los hoteles no aceptaban ´marcianos´".
A pesar de tu origen humilde saliste adelante aprendiendo todo lo que podĂas. Hablabas inglĂ©s, francĂ©s e italiano y fuiste guĂa del Museo de la NaciĂ³n. MĂ¡s tarde me contaron que habĂas sido uno de los primeros de tu promociĂ³n en CENFOTUR (y que te buscaban mucho porque jugabas futbol como un diablo).
Tu otra pasiĂ³n era la mĂºsica y no te contentabas con escucharla, sino que tocabas zampoña. Alguna tarde me contaste la vez que tuviste que utilizar ese arte para "recursearte" en alguna combi y conseguir dinero para el diario.
Sentarme un par de horas a tu lado era ver el lado bueno de las cosas, yo siempre con miles de problemas "imaginarios" y tĂº con la evidencia de lo que es vivir un verdadero rollo, pero siempre tenĂas una palabra feliz. A las desgracias le ponĂas la mejor cara y reĂas con esa voz de barrio y cancha que da la calle y la chamba dura.
TodavĂa me acuerdo de la Ăºltima vez, no me dejaste abrirte esa botella de Sprite, querĂas hacerlo tĂº y aĂºn me sorprende cĂ³mo lo lograste "sĂ³lo ponle la cañita hermano".
Por las mañanas, al llegar al colegio, me dabas una lecciĂ³n inmensa cuando te veĂa venir desde miles de cuadras cargando a la espalda a la mĂ¡s pequeñita o ayudando a la mayor con su mochila puesta en un ganchito que te colgabas al hombro.
Pero no hay lucha que sea eterna. Un accidente estĂºpido no te dejĂ³ terminar esa historia que se quedĂ³ "para la prĂ³xima" en esa banca de Los Reyes Rojos. Tu muerte fue tal fue el cierre de esa historia, sin moralejas ni un final feliz, que intuĂa ibas a contarme cuando volviĂ©ramos a vernos.
Chau Marcelo, "Manotas". Muchos, que lo tenemos todo, nos hubiera gustado tener las ganas de vivir que tenĂas. El amor por la vida, por hacer cosas, no caminar, sino correr. Esa pasiĂ³n con la que contabas tu historia y dabas esperanza sin moralina, con la pura realidad desgarrada y sucia de calle.
No sĂ©, pero te imagino cagĂ¡ndote de risa.
Nos pasĂ¡bamos la voz cuando entraba alguno de los esporĂ¡dicos, esos que no regresaban mĂ¡s o venĂan irregularmente, susurrĂ¡bamos detrĂ¡s de las ventanillas alguna caracterĂstica que llamase la atenciĂ³n y aguantĂ¡bamos la risa debajo de la sonrisa. Cuando alguno de estos personajes frecuentaba la agencia mĂ¡s de una vez se convertĂa en "caserito" y a la tercera o cuarta visita ya tenĂa clavada una chapa que anunciĂ¡bamos apenas cruzaba la puerta de entrada: "ahĂ viene el tĂo del Monopolio", "ahĂ estĂ¡ cabeza de otro cuerpo" y mil y un adjetivos para pasar pronto el soporĂfero y riesgoso trabajo de contar plata ajena.
TĂº tambiĂ©n fuiste uno de esos clientes frecuentes y punto de nuestras risas burlonas. En otra situaciĂ³n, por respeto a tu discapacidad, ni siquiera habrĂamos osado ponerte un mote. Pero tenĂas tal personalidad y capacidad Ăºnica de burlarte con (y de) nosotros que te ganaste tu chaplĂn: "El Cortadito".
Eran los Ăºltimos dĂas del siglo y ya te habĂas vuelto nuestro pata. Cada fin de mes venĂas a cobrar un cheque girado por alguna agencia de turismo. - "Broder, los billetes pĂ³nlos en mi billetera y las moneditas en mi bolsillo, pa la combi". Y, con destreza sorprendente, nos entregabas la billetera con los dientes. Endosabas el cheque y rubricabas de la misma manera.
Te decĂamos "El Cortadito" porque no tenĂas brazos. Tus hombros apenas eran una pequeña curva que diferenciaba la silueta del cuello con del resto de tu cuerpo.
- Causa ¿puedes hacerle un doblez a ese dĂ³lar?
- Claro, pero...
- Ya, hĂ¡zle otro doblez.
- Ya ¿ahora?
- Otro.
- Ok, pero para qué?
- Para que lo pongas en mi bolsillo derecho, es mi dĂ³lar de la suerte.
Y nos reĂamos. TodavĂa recuerdo cuando PichĂ³n te preguntĂ³ con curiosidad en quĂ© trabajabas y por quĂ© siempre traĂas cheques de agencias de turismo.
- Soy guĂa. GuĂa de turismo.
- ¿En serio?
- Claro.
SonreĂste con mirada cachacienta y todos comenzamos la conocida ronda de meter chacota:
- Seguro eres guĂa de turismo de aventura...
- ¡De canotaje!
Risa general.
Pasaron mĂ¡s de diez años. El recuerdo del banco y de todos sus personajes se fue diluyendo. Mafe entrĂ³ al colegio, recuerdo mucho el primer dĂa de clases. Por eso recuerdo cuando te volvĂ a ver. Tus hijas estaban en el colegio y la mayor jugaba voley con la mĂa.
AĂºn recuerdo: cuando te vi no supe cĂ³mo saludarte. Luego nos enseñaste que podĂas "dar la mano" e incluso "abrazar" con tus hombros.
Han pasado tres años de colegio y voley, por eso sĂ© que han sido muchos dĂas los que nos sentamos juntos en la banca del patio. VeĂamos juntos cĂ³mo entrenaban. Las seguĂamos a los partidos cuando jugaban algĂºn campeonato fuera. Pero lo mĂ¡s valioso de esas tardes fueron las palabras, tus palabras. Porque conversamos mucho.
AhĂ me enterĂ© que te llamabas Marcelo y que te decĂan "El Manotas", chapa que te pusieron los de la barra de Alianza, equipo al que seguĂas con una devociĂ³n que aĂºn no comprendo, lo mismo que me sucede con tu amor al Señor de los Milagros.
Pudiste contarme tu historia: graduado como guĂa oficial de turismo en CENFOTUR. Trabajabas en Pachacamac. Terminaste la carrera de AdministraciĂ³n Hotelera y que tuviste que volver a empezar la carrera para guĂa porque "nadie me habĂa dicho que en los hoteles no aceptaban ´marcianos´".
A pesar de tu origen humilde saliste adelante aprendiendo todo lo que podĂas. Hablabas inglĂ©s, francĂ©s e italiano y fuiste guĂa del Museo de la NaciĂ³n. MĂ¡s tarde me contaron que habĂas sido uno de los primeros de tu promociĂ³n en CENFOTUR (y que te buscaban mucho porque jugabas futbol como un diablo).
Tu otra pasiĂ³n era la mĂºsica y no te contentabas con escucharla, sino que tocabas zampoña. Alguna tarde me contaste la vez que tuviste que utilizar ese arte para "recursearte" en alguna combi y conseguir dinero para el diario.
Sentarme un par de horas a tu lado era ver el lado bueno de las cosas, yo siempre con miles de problemas "imaginarios" y tĂº con la evidencia de lo que es vivir un verdadero rollo, pero siempre tenĂas una palabra feliz. A las desgracias le ponĂas la mejor cara y reĂas con esa voz de barrio y cancha que da la calle y la chamba dura.
TodavĂa me acuerdo de la Ăºltima vez, no me dejaste abrirte esa botella de Sprite, querĂas hacerlo tĂº y aĂºn me sorprende cĂ³mo lo lograste "sĂ³lo ponle la cañita hermano".
Por las mañanas, al llegar al colegio, me dabas una lecciĂ³n inmensa cuando te veĂa venir desde miles de cuadras cargando a la espalda a la mĂ¡s pequeñita o ayudando a la mayor con su mochila puesta en un ganchito que te colgabas al hombro.
Pero no hay lucha que sea eterna. Un accidente estĂºpido no te dejĂ³ terminar esa historia que se quedĂ³ "para la prĂ³xima" en esa banca de Los Reyes Rojos. Tu muerte fue tal fue el cierre de esa historia, sin moralejas ni un final feliz, que intuĂa ibas a contarme cuando volviĂ©ramos a vernos.
Chau Marcelo, "Manotas". Muchos, que lo tenemos todo, nos hubiera gustado tener las ganas de vivir que tenĂas. El amor por la vida, por hacer cosas, no caminar, sino correr. Esa pasiĂ³n con la que contabas tu historia y dabas esperanza sin moralina, con la pura realidad desgarrada y sucia de calle.
No sĂ©, pero te imagino cagĂ¡ndote de risa.
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