El cuarto cerrado
Aquí están todos mis recuerdos: apilados entre diarios amarillentos, partes de diferentes bicicletas y libros escolares obsoletos. Esos libros viejos que uno guarda con la absurda esperanza de mantener el conocimiento sobre un mundo ya inexistente.
Cinco días seguidos entre cajas llenas de polvo, hongos y humedad, cinco días respirando este aire viciado, olores a recuerdos secos y añejos. Cada caja se abre con un látigo doloroso en la garganta y en el alma.
Afuera el verano revienta en las calles, lo sé por la luz que se cuela por los bordes de las ventanas tapiadas, por las voces de los niños que caminan hacia la playa, por las cornetas de los heladeros, por el calor que humedece mi ropa y que hace difícil respirar.
Aún así no salgo.
Cinco días. Cinco días desde que abrí esa caja, la más grande y destartalada, la más desordenada y llena. Me quedé mirando algunas fotos, luego las cartas, los diarios y los dibujos dedicados. Los recuerdos no alimentan, drogan, aletargan, pero quitan el hambre. El vacío sí come y crece de manera descomunal y el terror al hoy cierra la puerta del sótano herméticamente: aquí me siento seguro. La soledad no me va a atrapar aquí, el dolor no me encontrará en el cuarto de abajo, al que nadie entra, en el que nadie parece tener nada que buscar.
Aquí está todo: los haikús, el chancho dorado, el álbum con las fotos de Polito. Hay una cajita metálica con corchos secos y verdosos, los vinos buenos y los malos, los que se evaporaron bajo alguna mirada romántica, los que se estrellaron con las copas de aquellas absurdas peleas. Están todos, algunos de ellos irreconocibles, con moho, ilegibles y con amnesia. Imagino que los que se desmoronan entre mis dedos son los más antiguos. Esos, aunque no los reconozca, me hacen llorar.
Encontré un vestido que nunca usaste. Es negro y es muy corto. Recuerdo que lo compramos juntos en una tiendita de Chacarilla. Nunca fuimos a esa boda. No sé qué pasó pero puedo imaginarlo.
Viene la tarde, los muchachos regresan de la playa, menos habladores, más cansados. Los heladeros ya no pasan, o ya pasaron y no los oí, y encuentro algunos cds. No hay dónde oírlos, no pienso subir, no pienso ponerlos. Los tengo contra mi pecho y recuerdo cada una de las canciones. Algunas no tienen final, se repiten y se repiten en un loop eterno sin encontrar la salida del coro principal.
Me recuesto entre la ropa de invierno y el viejo colchón con el que dormí en Francia. Cierro los ojos enrojecidos por el polvo y el ayer y me cubro con tu vestido anónimo, nuevo pero viejo. Una noche más, mis ojos pesados me lo dicen, el estómago me habla de algo que no entiendo, la yema de mis dedos sucias y empolvadas se aferran a ti y así me voy abandonando al sueño en esta inmensa isla de recuerdos escondidos en mi propia casa.
Al lado sigue la galonera con kerosene y los fósforos que traje hace cinco días, en realidad ya seis. Ese viernes por la noche en el que bajé dispuesto a curarme. Ese día en el que los dejé a un lado al ver un viejo retrato (ambos salimos felices, lindos, reyes del universo), que asomaba de una vieja caja destartalada y me robó una triste sonrisa.
Cinco días seguidos entre cajas llenas de polvo, hongos y humedad, cinco días respirando este aire viciado, olores a recuerdos secos y añejos. Cada caja se abre con un látigo doloroso en la garganta y en el alma.
Afuera el verano revienta en las calles, lo sé por la luz que se cuela por los bordes de las ventanas tapiadas, por las voces de los niños que caminan hacia la playa, por las cornetas de los heladeros, por el calor que humedece mi ropa y que hace difícil respirar.
Aún así no salgo.
Cinco días. Cinco días desde que abrí esa caja, la más grande y destartalada, la más desordenada y llena. Me quedé mirando algunas fotos, luego las cartas, los diarios y los dibujos dedicados. Los recuerdos no alimentan, drogan, aletargan, pero quitan el hambre. El vacío sí come y crece de manera descomunal y el terror al hoy cierra la puerta del sótano herméticamente: aquí me siento seguro. La soledad no me va a atrapar aquí, el dolor no me encontrará en el cuarto de abajo, al que nadie entra, en el que nadie parece tener nada que buscar.
Aquí está todo: los haikús, el chancho dorado, el álbum con las fotos de Polito. Hay una cajita metálica con corchos secos y verdosos, los vinos buenos y los malos, los que se evaporaron bajo alguna mirada romántica, los que se estrellaron con las copas de aquellas absurdas peleas. Están todos, algunos de ellos irreconocibles, con moho, ilegibles y con amnesia. Imagino que los que se desmoronan entre mis dedos son los más antiguos. Esos, aunque no los reconozca, me hacen llorar.
Encontré un vestido que nunca usaste. Es negro y es muy corto. Recuerdo que lo compramos juntos en una tiendita de Chacarilla. Nunca fuimos a esa boda. No sé qué pasó pero puedo imaginarlo.
Viene la tarde, los muchachos regresan de la playa, menos habladores, más cansados. Los heladeros ya no pasan, o ya pasaron y no los oí, y encuentro algunos cds. No hay dónde oírlos, no pienso subir, no pienso ponerlos. Los tengo contra mi pecho y recuerdo cada una de las canciones. Algunas no tienen final, se repiten y se repiten en un loop eterno sin encontrar la salida del coro principal.
Me recuesto entre la ropa de invierno y el viejo colchón con el que dormí en Francia. Cierro los ojos enrojecidos por el polvo y el ayer y me cubro con tu vestido anónimo, nuevo pero viejo. Una noche más, mis ojos pesados me lo dicen, el estómago me habla de algo que no entiendo, la yema de mis dedos sucias y empolvadas se aferran a ti y así me voy abandonando al sueño en esta inmensa isla de recuerdos escondidos en mi propia casa.
Al lado sigue la galonera con kerosene y los fósforos que traje hace cinco días, en realidad ya seis. Ese viernes por la noche en el que bajé dispuesto a curarme. Ese día en el que los dejé a un lado al ver un viejo retrato (ambos salimos felices, lindos, reyes del universo), que asomaba de una vieja caja destartalada y me robó una triste sonrisa.
3 comentarios
Uy! Lobito, cuanta nostalgia... estas bien?
Te leo y me acuerdo de mis propios dias de nostalgia. Despues de anos de sentirme asi, un buen dia me senti cansada. Muy cansada. Tome todo los objetos que tanto atesoraba y habia ido acumulado con el tiempo. Todos tenian una historia, pero los queme en el patio de mi casa. Si cada objeto hubiera tenido el tamano de lo que sentia por ellos, habria sido una hoguera tan grande que habrian tenido que llamar a los bomberos. Pero despues de eso me senti libre. Ya no tenia nada que me recordara tiempos que no volverian, y no me quedo mas que mirar hacia adelante.
Lo vivido no se olvida jamas, pero deja de doler. Ojala te deje de doler a ti tambien.
Abrazos.
Los recuerdos queman el alma ..justo hace dos dias me paso algo similar , mi casa estaba llena de nostalgia ,los cajones estaban totalmente vacios de su ropa ,recuerdo la cocina llena de comida porque el compraba siempre algunos alimentos despues de las 12de la noche cuando venía de trabajar..ahora no hay nada,las fotografías que el tomaba ahora no tienen sentido ,nada tiene sentido cuando uno tiene vacios en el alma de recuerdos perdidos..
Las paredes de mi casa me hablan y ella es un desierto sin el ..hay plena oscuridad en ella.
Aveces no quiero regresar, aveces no quiero dormir ,hasta extraño el sonido cuando abría la puerta despues de las 12 de la noche y llegaba a casa.
Tomé las fotos y las rompí ,tome sus libros y los regalé,tomé sus discos y los boté y mientras hacía eso sentía que cada parte de mi corazón se destrosaba pero a la misma vez me hacía sentir libre..para poder seguir adelante .Aveces uno quiere guardar esos recuerdos pero aveces hacen daño.Solo quedan de él las melodías, aquellas que en algún momento fueron compuestas para mi ,aquellas que solo quedan en el alma pero se van con el tiempo.Aquellas melodías que ya no tienen mi nombre si no la de otra persona.
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